domingo, 1 de enero de 2012

Rituales

Madurez... significa haber reencontrado la seriedad que de niño se tenía al jugar.
Nietzsche, Más allá del bien y del mal, IV, 94
Estaba yo afeitándome, como cada día, mientras mis hijos, de 4 y 6 años, como cada día, se aplicaban al juego. Cada cual empleamos buena parte de nuestro tiempo en nuestros rituales cotidianos, en nuestras rutinas. Aparentemente, lo que nos diferencia es que nuestros asuntos son supuestamente serios, y los suyos, como son juegos, son en broma. Pero es justamente lo contrario.

Si tomásemos en serio nuestros rituales cotidianos, a estas alturas rayaríamos la perfección en la ejecución de nuestras rutinas; es más, se convertirían incluso en trampolines para el éxtasis, en ocasiones para el arrobamiento, en auténticos orgasmos de instantánea eternidad. Sin embargo, no es así, no nos tomamos en serio las pequeñas cosas... porque siempre estamos pensando en otras.

En cambio, los niños sí que se toman en serio sus juegos: se juegan la vida en ellos. Por eso repiten compulsivamente aquellos que les gustan, por eso lloran o se enfadan cuando pierden... Hasta que les convencemos de que "no tiene importancia", de que "sólo es un juego", y les vamos introduciendo en el mundo de las cosas "realmente importantes".

En realidad, nada es importante, pero, como le decía don Juan a Castaneda, hay que actuar como si lo fuera, y en eso consiste el desatino controlado:
Un hombre de conocimiento se esfuerza, y suda, y resuella, y si uno lo mira es como cualquier hombre común, excepto que el desatino de su vida está bajo control. Como nada le importa más que nada, un hombre de conocimiento escoge cualquier acto, y lo actúa como si le importara. Su desatino controlado lo lleva a decir que lo que él hace importa y lo lleva a actuar como si importara, y sin embargo él sabe que no importa; de modo que, cuando completa sus actos se retira en paz, sin pena ni cuidado de que sus actos fueran buenos o malos, o tuvieran efecto o no.
C. Castaneda, Una realidad aparte
Mientras pensaba todo esto, me corté con la cuchilla. Debería de haberme echado a llorar como un niño... pero, como los hombres no lloran, en vez de ello, adorné mi chapucero ritual con una blasfemia ... ¡Qué incontrolado desatino!

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