Aclaraciones previas



Antes de comenzar esta navegación, quisiera esclarecer en lo posible el ambiguo y un tanto equívoco título -con subtítulo- que da nombre e intención a este cuaderno de bitácora.
Si elegí el término anomalías, ha sido, en primer lugar, atendiendo a su etimología. Nomos, en griego, significa costumbre, acuerdo, convenio y sentido común, y de ahí regla, norma o ley. Por tanto anomalía significa anormalidad, irregularidad o discrepancia de una regla. En un sentido más laxo, podemos tomar anomalía como desacuerdo, falta de sentido o insensatez. O, como dice el tango, atropello a la razón.
En segundo lugar, como da la impresión de que algunas de esas insensateces y anormalidades en las que repararemos parecen hechas directamente con el culo, con perdón, o más exactamente, con el ano, podríamos así añadir que ano-malías serían esas ventosidades o incluso defecaciones que, contra todo pronóstico, aromatizan y/o abonan con no poca frecuencia nuestra entretenida vida en común.
Por lo que se refiere a la estupidez, me atengo a la precisa definición y estudio que sobre el término nos ofrece, con una rara mezcla de jocosa seriedad, Carlo Maria Cipolla en su excelente ensayo “Las leyes fundamentales de la estupidez humana” (en Allegro ma non troppo, Crítica, Barcelona 1991)
Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.

Y un poco más adelante añade:

Nuestra vida está salpicada de ocasiones en que sufrimos pérdidas de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor por culpa de las dudosas acciones de alguna absurda criatura a la que, en los momentos más impensables e inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que ella vaya a ganar absolutamente nada con sus acciones. Nadie sabe, entiende o puede explicar por qué esta absurda criatura hace lo que hace. En realidad, no existe explicación, o, mejor dicho, sólo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida.
Es preciso hacer una aclaración. Según Cipolla, todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales, a saber:
ü  ingenuos: quienes, beneficiando a otra/s persona/s, a cambio obtienen, al mismo tiempo, un perjuicio;
ü  inteligentes: quienes, beneficiando a otra/s persona/s, a cambio obtienen, al mismo tiempo, un beneficio;
ü  malvados: quienes perjudicando a otra/s persona/s, a cambio obtienen, al mismo tiempo, un beneficio;
ü  estúpidos: (véase la definición anterior).

Sólo añadir que aplicaremos la definición no sólo a las personas físicas, sino también, y sobre todo, a las personas jurídicas o instituciones, toda vez que éstas no son sino el producto de aquellas; por lo demás, el efecto devastador de la estupidez de las primeras, en un buen número de casos se ve multiplicado, afianzado y, lo que es peor, perpetuado, en las segundas. Por ello nuestra mirada se centrará preferentemente en tales estúpidas instituciones, que responden mejor a la segunda definición de anomalía que esbozamos más arriba.