(Como primera entrega, rescato aquí este artículo que escribí en febrero de 2008, cuando seguía candente el debate acerca de la ley que permite el matrimonio entre homosexuales. Hoy sigue siendo motivo de escándalo para muchos, y, en cualquier caso, sigue estando entre los temas estelares que esgrime la supuestamente casta y asexual Iglesia –haciendo la vista gorda para la más que frecuente inclinación homosexual y pederasta de muchos de sus ministros- en defensa de no se sabe qué familia)
Voces apocalípticas auguran en estos tiempos la destrucción de la familia tradicional. Llegan incluso a salir a las calles a pregonar tales nefastos presagios. Y yo me pregunto ¿de qué familia están hablando? Y sobre todo ¿quiénes están hablando de la familia? Quisiera aportar mi modesta opinión sobre el tema desde la modesta autoridad que conlleva ser padre de dos hijos, y, además, antropólogo.
Hace ya más de un siglo que Lewis Henry Morgan inauguraba la disciplina antropológica con su obra Systems of consanguinity and affinity of the human family (1871), un estudio comparativo de los sistemas de parentesco. En 1949 George Peter Murdock publicaba su libro Social structure, un análisis de doscientas cincuenta sociedades humanas representativas, llegando a la conclusión de que el primero y más básico tipo de organización familiar humana era la familia nuclear, que comprendía a un hombre y una mujer casados y a su prole.
Sin embargo, pronto empezó a ser cuestionada la posibilidad de establecer tal universal basado en la procreación o incluso en la convivencia de dos sexos. La unión conyugal estable y reconocida entre un hombre y una mujer no existe en todas partes en la forma en que la conocemos. A título de ejemplo, citemos las uniones libres de los nayar, en las que el hombre carece de derechos sobre su progenie; o los matrimonios de mujeres entre los nuer, que no implican relaciones homosexuales; o los casamientos de jóvenes guerreros entre los azande.
Claro que desde nuestra perspectiva etnocéntrica siempre podríamos decir que se trata de excepciones que confirman la regla, o que, en todo caso, son cosas de "salvajes" y "primitivos".
Imaginemos que uno de esos "salvajes" se pusiera a examinar nuestra "familia tradicional", esa que defiende la Santa Madre Iglesia. Nuestro salvaje, sin duda, se informaría acerca de las características de la familia fundacional de nuestra tradición, a saber: la Sagrada Familia. Y descubriría con asombro un conjunto de anomalías. Para empezar, el padre -san José-, en cuyo honor se celebra el día del padre, resulta que no es el padre, o, en todo caso, es el padre adoptivo. La madre es una mujer cuya concepción, gestación y parto no comparte ninguna otra mujer conocida, ya que fue virgen antes, durante y después del parto. Los hermanos -con este nombre figuran en los evangelios- de Jesús resulta que no son hermanos sino primos. Y nuestro salvaje se preguntaría ¿por qué no pone "primos", en lugar de "hermanos", en los evangelios?
Sin salir de su asombro, nuestro salvaje examinaría las primeras comunidades cristianas y los primeros escritores autorizados en busca de la "familia tradicional". Sorpresa: los llamados "padres de la Iglesia " no sólo no son padres, sino que son monjes célibes, es decir, solteros. Para aumentar su confusión, comprobaría como el uso del término "hermano" se generalizó en las comunidades cristianas entre personas a las que no les unía ningún vínculo de sangre. Y quedaría perplejo al comprobar que esa bellísima canción de amor que es el Cantar de los Cantares ("Que me bese el amado con besos de su boca") resulta que no habla de amores entre un hombre y una mujer, sino del "matrimonio" entre Cristo y la Iglesia.
A estas alturas, nuestro salvaje, cabizbajo, tal vez diría para sí: “Algo primitivo sí que debo de ser cuando no entiendo que en tan complejo y metafórico sistema de parentesco se fundamente y se defienda eso que llaman la familia tradicional”.
Y si, pidiendo ayuda, nuestro salvaje me preguntara por qué ahora se defiende una interpretación univoca del término "matrimonio", cuando en la historia de la Iglesia hemos comprobado cómo se han dado creativas y metafóricas interpretaciones a todos los términos relativos al parentesco, yo no sabría qué responderle. ¿Y tú?
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