jueves, 28 de octubre de 2010

Una de rabo de toro

(En mayo de 2010 escribí este artículo para refutar las falacias argumentales que mi hasta entonces admirado Jesús Mosterín esgrimía contra la tauromaquia. Digo hasta entonces, porque después, y por desgracia, le he visto y escuchado berrear en un foro tan poco académico como “La Noria”, en Telecinco -¿qué hacía Mosterín en ese festival de la infamia?; es más, ¿qué hacía yo escuchando esa berrea?-. La primera parte, es una refutación lógica de las falacias expuestas por Mosterín en su artículo  “El triunfo de la compasión” (EL PAÍS 09/05/2010). Como es un tanto técnica, aquí no la incluyo, pero quien tenga interés puede consultar el artículo completo en Scribd)
Si vamos a equiparar el maltrato a los animales con la tortura, ¿por qué no seguir el argumento con la esclavitud? ¿Qué tendríamos que hacer entonces con esos tiranos esclavistas que llevan encadenado a su perro por la calle? ¿Y qué decir de esos explotadores que obligan a sus burros a trabajos forzados? ¿Y esos salvajes que castran a sus caballos o a sus gatos para que no les molesten con su brío y con su celo? ¿Por qué no denunciamos el infanticidio masivo de cochinillos, corderos lechales o angulas? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llevar nuestra defensa de los derechos de los animales? ¿Defenderemos todos los derechos, como el de la vida en libertad, y, por tanto, tendremos que abolir la domesticación? ¿Los defenderíamos para todos, y, por lo tanto, protegeríamos también a las cucarachas y a los mosquitos? ¿Tendremos que acabar como los monjes jainistas, que tapan su boca con un velo para evitar tragarse -y así dañar o matar- a un mosquito por error? Me parece tan loable...como místico el anhelo franciscano, darwiniano y budista de que la compasión abarque a todo ser capaz de sufrir, pero mientras no nos volvamos todos vegetarianos y la proteína de origen animal siga siendo la base de la alimentación humana, que me expliquen cómo conseguirla sin matarlos, sin sacrificarlos…
El sacrificio animal: he aquí una de las claves que, en mi opinión, se suelen olvidar en este debate tan frecuentemente sesgado y contaminado por otros intereses. No sé si por eufemismo, pero lo cierto es que, aun a nivel técnico veterinario, se habla de sacrificar animales en vez de matarlos. Pues bien, suele olvidarse que al toro se le sacrifica...para comérselo. La diferencia con un ternero, amén de la notablemente distinta duración y calidad de la vida que hayan llevado respectivamente, está sobre todo en el tipo de sacrificio. Si el sacrificio del toro hiere muchas sensibilidades es porque vemos la sangre y escuchamos los mugidos de dolor; en otras palabras: porque se trata de un ritual público. En el caso del ternero, ni vemos su sangre, ni oímos sus lamentos, pues la mayoría de los consumidores no tiene el más mínimo interés en presenciar o siquiera conocer los detalles de una masacre que se repite diariamente; se trata de un acto casi clandestino que se oficia sórdidamente como las ejecuciones: sólo en presencia de unos pocos y asépticos testigos impasibles. Por no decir que el sacrificio del toro es un ritual único y milenario que se oficia de una manera individual para cada toro –al que se le conoce y recuerda por su nombre propio- y al calor de una fiesta cargada de simbolismo, mientras que la ejecución de los terneros suele ser masiva y anónima –eso sí, con la exhaustiva y casi policial identificación del código de barras de los crotales-, y en el frío escenario de los llamados, sin complejos, mataderos, lo más parecido a las cámaras de gas de los campos de concentración. También parece olvidarse la diferencia entre los sacrificadores. Mientras que el torero o matador -ese “sádico torturador”, que diría Mosterín-, sin otra armadura y otro casco que un traje de luces y una montera, con unas armas tan poco sofisticadas como un trozo de tela para engañar –el capote o la muleta-, una lanza para aturdir –la garrocha del picador-, unas flechas sin arco que intenta clavar con sus manos –las banderillas- y una espada, se enfrenta a pelo a un animal de 500 kilos, con el que entabla una lucha a vida o muerte –el resultado puede serlo para cualquiera de los dos-, y a pleno sol –a las 5 de la tarde-,  el matarife, con su bata blanca y sus asépticas instalaciones, se asegura de estar bien protegido de los terneros, que antes del amanecer –a las 5 de la mañana- van desfilando temerosos y resignados por la manga, mientras los aturde con métodos variados y “humanitarios” (la “bufanda nucal”, la “conmoción mecánica” o la “electronarcosis”)  para que no sufran –y también para que no se pongan tensos y el estrés y la adrenalina produzcan una carne de peor calidad- hasta que, tras degollarlos manualmente con un cuchillo, mueren desangrados.[1]
Si hablamos de sacrificio, en su sentido etimológico de “hacer algo sagrado”, desde luego que el del toro reúne más requisitos para serlo que el del ternero. O al menos esa es mi interpretación y la de muchos artistas a los que ha fascinado la belleza y seriedad de ese juego y de esa danza con la muerte, de esa celebración primigenia de la vivencia trágica de la muerte en el ritual probablemente más arcaico que conservamos... Claro que Mosterín, insistiendo en su línea de argumentación, tal vez me preguntase por qué si hace tiempo que hemos abolido, afortunadamente, los sacrificios humanos, no hacemos lo mismo con los sacrificios animales. En cuyo caso, habría que alegar que, salvo Hannibal Lecter, el Homo Antecessor, y alguna que otra excepción, los humanos no nos comemos a otros humanos. A los animales, a los toros, sí.


[1] Quien tenga interés y estómago –o morbo, como Marcel Proust, que, al parecer, según sus biógrafos, se ponía cachondo visitando los mataderos- que visite la web http://www.granjasymataderos.org/ para informarse sobre este trato “humanitario”

1 comentario:

RebecaCaóticaUtopía. dijo...

La verdad que como vegana y activista por la igualdad animal, he de decir que eres de las pocas personas que han aportado algo de razón en este debate a favor de la tauromaquía, yo en coherencia con mi forma de vida y el respeto que siento hacia cualquier otra especie no estoy a favor de un sacrificio animal por diversión, aunque tenga un ritual detrás, un dicho respeto hacia el animal, aunque como eso es un termino abierto a ser manipulado yo no coincido con esa definición de respeto, pero eso es otro asunto.
En lo que coincido contigo es en la tremenda hipocrésia que caen los exaltados antitaurinos que se manifiestan por un acto tan sangriento y despúes se alimentan de cadaveres del mayor holocausto de la historia y visten las pieles de animales despellejados vivos...Tengo que darte toda la razón, me parecen más consecuentes con sus actos los que disfrutan con esto aunque a mi me producca arcadas y me parecca un terrible espectaculo, que aquellos que se horrorizan con algo así y luego se alimentan de animales asesinados, ¿si los mataderos cobraran entrada para ver "el lamentable espectaculo" ahora si estaríen encontra?

"Llegara un tiempo en que los seres humanos se contentaran con una alimentacion vegetal y se considerara la matanza de un animal como un crimen, igual que el asesinato de un ser humano. Llegara un dia en el que los hombres como yo, veran el asesinato de un animal como ahora ven el de un hombre. Verdaderamente el hombre es el rey de las bestias, pues su brutalidad sobrepasa la de aquellas. Vivimos por la muerte de otros. Todos somos cementerios."
Da Vinci

Un abrazo Pedro

Publicar un comentario