jueves, 18 de noviembre de 2010

El Ser (religioso) y la Nada

Cuando en el convulso año de 1943 nuestro vecino del norte Jean Paul Sartre publicaba  El ser y la nada (L´être et le néant) difícilmente podría haberse imaginado que al sur de los Pirineos la Nada acabaría teniendo alojamiento y descripción prescriptiva en el mismísimo B.O.E., sede oficial no sólo del Ser…sino también del deber ser, al menos en este Estado en el que estamos y somos los anómalos españoles.
Me explico. Tras veinticuatro años de docencia, para este curso me ha tocado, por esos avatares de las conveniencias horarias, dar tres clases de lo que se conoce como Alternativa a la Religión, Estudio Asistido o, más técnicamente, Atención al Alumnado. En mi ingenua candidez, quise informarme sobre los quehaceres que conlleva tal asignatura, y así fui a dar con mis narices en el B.O.E., para más señas, en el Real Decreto 1631/2006, de 29 de diciembre (aunque parece una broma del 28, día de los Santos Inocentes). Atónito quedéme cuando leí lo siguiente, en la Disposición adicional segunda:

3. Los centros docentes dispondrán las medidas organizativas necesarias para proporcionar la debida atención educativa en el caso de que no se haya optado por cursar enseñanzas de religión, garantizando, en todo caso, que la elección de una u otra opción no suponga discriminación alguna. Dicha atención, en ningún caso comportará el aprendizaje de contenidos curriculares asociados al conocimiento del hecho religioso ni a cualquier materia de la etapa. Las medidas organizativas que dispongan los centros deberán ser incluidas en su proyecto educativo para que padres, tutores y alumnos las conozcan con anterioridad.

El subrayado es mío. Y no lo pongo en ámbar intermitente, o en rojo y con alarma, porque no sé cómo hacerlo, pero el asunto lo merece. No dando crédito a lo leído, al fin pude ponerme resignado a intentar engullirme esa rueda de molino que los sabios gestores de la educación en nuestro país me estaban ofreciendo como propuesta –más bien impuesta- para mi nueva labor “docente”(¿?). “¿Qué debo hacer en estas clases?”, me preguntaba, iluso de mí. Y la respuesta que había encontrado, habría noqueado al mismísimo Sartre: “Nada de nada”. O, al menos, nada de provecho.

La confirmación de esta incursión de la metafísica en el currículo me vino poco después cuando, en busca de las listas de mis nuevos alumnos de Nada, acudí al programa Delphos (repárese en que, quien bautizó tal programa de (indi)gestión y control de los centros educativos tuvo la precaución de poner el nombre en griego, Delphos, pues si lo hubiese puesto en latín, su equivalente hubiera sido Matrix, y el Gran Hermano habría quedado al descubierto…). Por más que lo intentaba, aunque estas clases figuraban en mi horario, cuando solicitaba al programa las listas de mis alumnos, el documento generado ¡¡¡era una lista en blanco!!!

¿Sería esto una ocasión ofrecida por mi Karma para abandonar la rueda cotidiana del Samsara y zambullirme al fin en los abismos del Nirvana, la gran extinción?

Estaba yo sumido en tales arrobamientos místicos, cuando entró en el departamento –que felizmente compartimos- el cura que se encarga de las clases de Religión. Aproveché para decirle si había leído el susodicho Real Decreto, y fue precisamente él quien mentó a Sartre como filosófico y sarcástico comentario a la insensatez del documento. Yo le dije que parecía escrito por un jesuita, a lo cual asintió sonriendo, sabedor de las sibilinas artes persuasorias de la Compañía de Jesús. (Se cuenta la anécdota de que, tras haber obtenido del Papa una respuesta negativa a la pregunta de si se podía fumar mientras se rezaba, a un jesuita se le ocurrió cambiar los términos, y preguntar al Pontífice si se podía rezar mientras se fuma, a lo cual Su Santidad se vio obligado a responder: “Por supuesto, hijo mío, cualquier momento es bueno para rezar”.)

Claro que, bien pensado, la Nada la introdujeron ellos, los cristianos, con su creatio ex nihilo: Dios creó el mundo de la nada, siendo este último un concepto tan inconcebible para los clásicos, que sus matemáticos –que no contaban precisamente con los dedos- consiguieron grandes logros –como el teorema de Pitágoras o la axiomática de Euclides- a pesar de no utilizar, ni siquiera nombrar, el número cero, que carecía hasta de cifra. Así que bien pudiera ser que el mentado jesuita, para nuestro pasmo, alegase que la Nada la inventaron ellos, y que por tanto hacen con ella lo que les da la gana, coño.

Lo malo es que el Real Decreto no lo escribieron jesuitas -¿o sí?-, sino supuestos socialistas que gobiernan y legislan en un Estado supuestamente aconfesional. Yo no entiendo nada

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