Aprojimarse

Hace unos días tuve ocasión de leer un escrito inédito de una de las más fieles lectoras y sufridoras de este blog, Alba Sunrise. Se trata de un relato: el peculiar diario de abordo de un barco fantasma cargado de muertos. No tiene desperdicio, pero, con su permiso, me voy a permitir seleccionar y comentar un fragmento especialmente atinado:

En la parte delantera del buque se encuentran los seres divergentes, que pasaron sus vidas divagando en la periferia gruesa de las ideas. Los de detrás son los convergentes, que como la misma palabra indica… les bastaba con ver gente. Éstos caminaron siempre acompañados. (Huyendo de la soledad). Aunque todo el mundo está irremediablemente condenado a estar consigo mismo, y seducir a la soledad no es más que encontrarnos frente a frente y soportar la pesada carga de saber aguantarnos y querernos. O tal vez hacer el intento de cambiar lo que somos hacia lo que queremos ser, para poder aguantarnos, y ya puestos, hacer que otros  también nos aguanten. Lejos de lo que pueda parecer, los divergentes de primera clase no van al margen de los demás, pues éstos se basan en la integración, a diferencia de los convergentes, que sorprendentemente, a pesar de estar siempre rodeados de gente, tienden inevitablemente a derivarse los unos a los otros con polinomios simplones y aletargados, exponenciales elevadas a la venganza y logaritmos de egoísmo, cuyos límites tienden al infinito.
Para que nos enteremos bien, y terminemos de diferenciar a unos de otros, los divergentes son los seres pensantes y los convergentes los no pensantes. O dicho de otro modo, los convergentes se cuentan los unos a los otros qué les ocurre mientras que los divergentes exponen qué se les ocurre.

Parece que estoy oyendo a Zaratustra:

Vosotros os apretujáis alrededor del prójimo y tenéis hermosas palabras para expresar ese vuestro apretujaros. Pero yo os digo: vuestro amor al prójimo es vuestro mal amor a vosotros mismos.
Así habló Zaratustra

Hay un cierto eco de Nietzsche en el aire, en la frescura y la franqueza, en la rotunda juventud de estas reflexiones de Alba. Al menos así lo creemos los que seguimos pensando que, como decían mis profesores en la Facultad de Filosofía, Nietzsche es una lectura para jóvenes...pero no en el sentido despectivo y paternalista que esos adultos daban al comentario, sino porque sólo un espíritu joven e indomable puede comulgar con su voz exuberante. Los adultos, ciertamente, están -¿estamos?- definitivamente adulterados.
 
Sin embargo, siento decir que muchos jóvenes también lo están. El comentario me surge a santo de que acabo de ver la película La red social, que cuenta las vicisitudes del creador de ese fenómeno de la atmósfera virtual llamado Facebook. Confieso de antemano que aun no me he atrevido a asomar las narices a tan transitada red, y no porque no insistan en invitarme a hacerlo. Por ello, estos comentarios tienen el dudoso, pero, en mi opinión, nada despreciable, valor de haber sido hechos por alguien que conserva su virginidad en tales enredos. Podría decirse, pues, en un enfoque antropológico, que estas consideraciones lo son desde una perspectiva etic o externa, y que, en todo caso, habrán de complementarse con la visión emic o desde dentro de la red. Todo llegará, si es que van por ahí los tiros.

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En los años '60 Marshall McLuhan profetizaba sobre los medios electrónicos de comunicación acuñando una expresión que se haría famosa: aldea global. McLuhan pensaba en la televisión,  que entonces comenzaba con sus emisiones vía satélite, como medio de comunicación directo e instantáneo  que nos intercomunicaría como aldeanos del mundo. Hoy Internet ha superado las expectativas de McLuhan posibilitando el acceso global a lo que ha dado en llamarse el ágora virtual.

Pero Internet es eso, y muchas otras cosas. En muchos casos es más el ruido que las nueces, como parece suceder con el uso indiscriminado y mayoritario de las redes sociales. En opinión de algunos expertos y por lo que me comentan algunos de sus usuarios, una red como Facebook, si es en potencia un ágora virtual, lo cierto es que muchas veces se convierte en un patio de vecinas, un mentidero o, como dice mi santa y siempre inspiradora esposa, un sitio idóneo para el megacotilleo. Si el ágora es el lugar para el diálogo, la banalidad de un número considerable de los mensajes que se cuelgan en la red se asemeja mucho más a un parloteo. De hecho, tal es el significado del término Twitter, que da nombre a esa otra red de microblogging donde los mensajes no pueden exceder de los 140 caracteres...Hay que ser un maestro del aforismo como Heráclito o un poeta creador de haikus o de soleás para decir algo interesante con menos de 140 caracteres... Claro que luego están los pelmas y cansinos como yo, que llevo hasta ahora más de 4300 caracteres y aún no he conseguido enhebrar el hilo de esta disertación...
Lo paradójico es que, aunque breves, los mensajes se multiplican exponencialmente, y se produce tal inflación de la información, que amenaza convertirse en in-formación. Es tan vertiginoso el ritmo con el que se suceden las noticias y los mensajes en la red, que yo me pregunto quién dispone de tiempo para enredarse. A mi se me caducan los intentos de hacer un comentario a alguno de los blogs que visito, pues me tomo mi tiempo en pensármelo y corregir erratas y ortografía, y cuando lo quiero enviar, ya se ha pasado la ocasión. Si eso me pasa en los blogs, se comprenderá que no pinto gran cosa en las redes de microblogging  
 
Demasiado deprisa, pero ¿para qué, si el lugar al que tienes que llegar está justamente debajo de tus pies?
 
Como dice Eugenio Blanco, un joven poeta de Puertollano:

Quizás la poesía tendría que silenciar al ruido que provoca el colapso de mensajes dentro de la sociedad de la información, calmar el ritmo de nuestro tiempo, acoplarlo más al ritmo interior de las personas.(La Tribuna de Puertollano 21/3/2011, p. 15)

El caso es que el personal se ha apresurado a cruzar el puente que va de aquellos diarios íntimos que se guardaban bajo llave...a publicar sus vergüenzas en el ágora virtual. La pérdida de la intimidad en la red es un tema que llevan ya tiempo indagando sociólogos y antropólogos. Decía ya hace diez años Manuel Castells:

de lo que la gente se está dando cuenta es de que hay un problema mucho más profundo que el control de los gobiernos sobre la libertad de expresión, y es la desaparición de la privacidad a través de un mundo en el que vivimos conectados a la red. Scott McNealy, que es un gran empresario de Silicon Valley, el presidente de Sun Microsystems el año pasado [se refiere al año 2000], para que no le molestaran más con este tema, hizo una declaración espectacular con la que yo y la mayoría de gente coincidimos: "¿Privacidad en Internet? Olvídese de eso. Usted ya ha perdido su privacidad para siempre". ¿Qué significa eso? Significa que cualquier cosa que hagamos en la red se puede detectar electrónicamente.

Las huellas digitales antes eran las marcas de los dedos, que el ladrón cuidadoso podía limpiar o evitar con guantes. Pero las de ahora dejan un rastro indeleble, no dejan opción al arrepentimiento.
 
Si se comparten intimidades es con la esperanza de encontrarnos...con nuestros semejantes, con lo que propiamente se denominan prójimos: los cercanos, los vecinos, los que se nos parecen. Así nació Facebook: para interrelacionar a los miembros del grupo de iguales formado por los estudiantes de Harvard...aunque, no nos engañemos, sin el menor interés académico o científico, sino más bien para el enredo y el megacotilleo. Cuando la red se amplió y llegó, como ahora, a hacerse global, el resultado es que el acceso a tus semejantes, por lejanos que estén, se ha convertido en hacer prójimos a los lejanos, justo lo contrario de lo que proponía Zaratustra:

Más elevado que el amor al prójimo es el amor al lejano y al venidero; más elevado que el amor a los hombres es el amor a las cosas y a los fantasmas.
Ese fantasma que corre delante de ti, hermano mío, es más bello que tu; ¿por qué no le das tu carne y tus huesos? Pero tú tienes miedo y corres hacia tu prójimo.
El uno va al prójimo porque se busca a sí mismo, y el otro, porque quisiera perderse. Vuestro mal amor a vosotros mismos es lo que os trueca la soledad en prisión.
Yo quisiera que no soportaseis a ninguna especie de prójimo ni a sus vecinos; así tendríais que crear, sacándolo de vosotros mismos, vuestro amigo y su corazón exuberante.
El futuro y lo remoto sean para ti la causa de tu hoy: en tu amigo debes amar al superhombre como causa de ti.
Hermanos míos, yo no os aconsejo el amor al prójimo: yo os aconsejo el amor al lejano.
Así habló Zaratustra.

En vez de buscar con calma la lejanía que invita a superarse, el personal se apresura a perder el tiempo enredando con un millón de amigos en ese apretujarse con el prójimo, en ese aprojimarse...
 
No sé si es que me ha dado un ataque de misantropía, pero hoy coincido con Pío Baroja en que

Sólo los tontos tienen muchas amistades. El mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez.