Alejandro Sanz se muestra indignado ante lo que él llama dictadura de los Señores de la Red, y no escatima en insultos para tales fascistas: talibanes, proxenetas, piratas… Se justifica diciendo que es su respuesta a los insultos e improperios que le llovieron en Twiter tras haber expresado su disconformidad por la no aprobación de la Ley Sinde. Es decir: ojo por ojo, insulto por insulto…Lo que más me sorprende no es su fidelidad a dos leyes obsoletas –la Ley Sinde y la del Talión-, sino la miopía ante tal vez lo más parecido a la democracia y a la libertad de expresión que el hombre haya conocido: el ágora virtual, el foro global de esa Red que Alejandro Sanz imagina, sin embargo, manejada por hilos fascistas. Precisamente leyes como la que él dice defender y monopolios pretendidamente culturales, como la industria musical en la que está tan bien ubicado, son los que pueden atentar contra la democracia y la libertad de expresión. “Los monopolios culturales –dice Joost Smiers en Imagine…no copyright- dejan en la sombra a demasiadas melodías, textos e imágenes, a nuestra fantasía y nuestra creatividad. Esto es algo terrible, ya que la diversidad es esencial para que las democracias puedan funcionar”. No es de extrañar que para Alejandro Sanz todos los demás –incluidos los músicos que no se forran- estemos fuera de lugar: “Estos desubicados son los que creen que mi trabajo y el de todos los trabajadores de la industria musical les pertenece sin más”. ¿Todos? Para empezar, no todos cobran más de 200.000€ por concierto. No todo es industria en la cultura: Artistas como Enrique Sierra, ex guitarrista de Radio Futura, ante “la decadencia de la industria cultural” decidió poner en marcha http://www.127.es/. Se trata de un lugar donde se puede [o se podía, pues yo he intentado entrar y me da errores] obtener contenidos digitales completamente legal y gratis, en el que es posible encontrar contenidos ya sean de audio o imagen, como documentos de texto o incluso software. Para ello, los autores que compartan sus obras recibirán el 50 % de los ingresos generados mediante la publicidad y que irá en función del número de descargas de sus obras. También hay otras formas de entender esa industria al margen de las grandes corporaciones monopolistas. Joost Smiers, en el libro citado, nos muestra un ejemplo del modelo llamado «tú pones el precio»: El conjunto Radiohead, por ejemplo, ha colgado recientemente su último álbum In Rainbows en Internet sin un precio determinado. Radiohead deja que sus fans decidan el precio que crean justo para su trabajo. Más de un millón de fans han descargado el álbum, y entre un 40 y un 60% decidió compensar al conjunto por su trabajo. El precio medio fue de 5 euros (Le Monde, 19 de diciembre de 2007). Los cálculos más conservadores muestran que Radiohead generó 2 millones de euros con poner a disposición de sus fans su trabajo de forma gratuita.
A que mola, ¿eh? Pero lo que no mola nada es que abunden los absurdos y atropellos como este que nos cuenta David Bravo en Copia este libro: La sociedad para la administración de los derechos de reproducción de autores, compositores y editores (SDRM), pidió al actor y realizador francés Pierre Merejkowsky y a su productora, Les Films Sauvages, 1.000 euros por usar una canción en una película que se estrenó en una sala de arte y ensayo y que solo vendió 203 entradas. La canción era “La Internacional” y uno de los personajes de la película la silba sin autorización durante 7 segundos y a cara descubierta. Esta canción del siglo XIX no entra en el dominio público hasta el año 2014. Hasta que ese día llegue, este himno comunista seguirá dando réditos a los terratenientes de la propiedad intelectual.
el hecho increíble de que no puedan usarse imágenes del techo de la Capilla Sixtina pintadas por Miguel Ángel a inicios del siglo XVI, porque, después de su restauración los derechos los posee una cadena de televisión japonesa
Mientras tanto, Javier Marías dice que nuestros políticos, los que no han aprobado –hasta ahora- la Ley Sinde, temen a los delincuentes. Sin embargo, le traiciona el subconsciente cuando dice a las claras (el subrayado es mío): A mí me gustaría que me salieran gratis la comida y el alquiler, que son indudablemente más básicos que lo vagamente denominado "cultura" y es más bien entretenimiento. Me encantaría "descargarme" cuanto compro y consumo sin pagar un céntimo, y no veo por qué no puedo hacerlo mientras los cobardes y desaprensivos políticos de mi país permiten que mi trabajo, y el de los músicos y cineastas, sí sea pirateado y saqueado. ¿Por qué el nuestro y no el del panadero, el casero, el tendero de la esquina o el banquero?
Si no entiendo mal, a Javier Marías le gustaría, le encantaría… ser delincuente. Son sus palabras. Palabras por las que, encima, nos quiere seguir cobrando. Vaya, vaya… Me reservo para otra entrada las consideraciones sobre el arte de escribir y el negocio editorial.
El mismo argumento del panadero y el tendero de la esquina, pero en trazos más gruesos -más jamón, jamón-, defiende otro ilustre Javier, nuestro oscarizado Bardem: Quiero comprar un tomate fresco. Voy a llamar a un verdulero para que me venda uno recién sacado de la huerta. Pero resulta que si doy a un botón en mi ordenador un tomate parecido en sabor y color se instala automáticamente en mi nevera. No está igual de bueno que el de la huerta, pero me da igual, total… es para un gazpacho (…) Dejémonos de estupideces: eso es robar. Es la orgía del crimen, la bacanal de violaciones a terceras personas.
Como ya he dicho antes, más que de robar, en todo caso, habría que hablar de lucro cesante: dejar de engrosar sus ya abultados emolumentos. El caché hollywoodiano de Bardem está entre 6 y 10 millones de dólares por película. Pero aquí resultan mucho más económicos; el más caro actualmente es Luis Tosar, que cobra la “ridícula” suma de 250.000€ por película. (Permítaseme un poco de aritmética: mi sueldo de catedrático de Enseñanza Secundaria, con 24 años de docencia a mis espaldas, asciende a poco más de 30.000€ netos al año. Y, a pesar de las rebajas, no me quejo, pues sé que en mi país hay muchos mileuristas… y otros muchos que harían lo que fuera por serlo. La cuestión es: si para cobrar lo que Luis Tosar por una película yo necesitaría 6 años de sueldo, ¿cuántos años necesitaría para siquiera acercarme a lo que cobra Bardem? ¿O debería preguntar cuántas vidas?) En cuanto a “orgía del crimen” y “bacanal de violaciones”, me parece que Bardem ha visto demasiadas películas… Como, por otro lado, es su obligación. En serio: no es de recibo comparar las películas con los tomates, pues estos últimos, afortunadamente, ni se copian ni se pueden –todavía- copiar. Cosa que no sucede con las películas, y el negocio montado en torno a ellas, que no sería nada sin las copias y el lucrativo invento del copyright, tal vez la clave de todo este asunto.
En esta sociedad en red, que diría Manuel Castells, copiar no sólo es más fácil que nunca, sino que es una condición sine qua non de la transmisión y el almacenamiento de la información. Por ello cada vez se oyen más voces en contra del copyright, y surgen cada vez más alternativas que se adaptan a esta imparable realidad. Me gustaría saber qué opina Javier Bardem de Nicolás Alcalá, el director de la película “El Cosmonauta”, cuyo modelo de financiación, producción y distribución está basado en Internet y bajo licencia Creative Commons, por el que su película puede ser copiada. Lillian Alvarez Navarrete, nos explica en su artículo el principio del copyleft, un nuevo concepto, que se opone al copyright: Right en inglés significa “derecho”, pero también significa “derecha”. Por el contrario, left es la traducción de izquierda y al mismo tiempo el participio del verbo to leave que significa: dejar, autorizar, ofrecer. Por lo tanto, copyleft se contrapone al término copyright. Podemos observar que detrás de este juego semántico se contraponen dos conceptos acerca de la cultura, el conocimiento, y la información: o son considerados bienes sociales o son mercancías.
Que no nos engañen: ninguno de los artistas-creadores citados habla de arte, de creación o de cultura…sino de dinero, de lucro inmundo. Y el dinero… es una mierda, con perdón. Mi admirado Norman O. Brown decía en Eros y Tanatos:
La paradoja psicoanalítica afirma que las “cosas” que son poseídas y acumuladas, la propiedad y el condensado universal de la propiedad, el dinero, son esencialmente de naturaleza excremental.
El gozo vinculado al contenido intestinal se convierte en un placer procurado por el dinero que, según hemos visto, no es otra cosa que excreciones desodorizadas, deshidratadas y abrillantadas. Pecunia non olet.
“Mucha mierda” sustituye, entre los artistas, a “mucha suerte”, expresión esta última que evitan pronunciar por superstición. Dicen que la expresión tiene su origen en que antiguamente la clase pudiente acudía al teatro en coche de caballo, de modo que, si en la puerta del teatro había “mucha mierda”, significaba que el teatro estaría lleno, lo que podría suponer un éxito… Freud seguramente sonreiría ante esta ingenua interpretación.
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