domingo, 20 de noviembre de 2011

Justicia divina

Tranquilos, que no voy a volver sobre el retruécano de que triunfe Rajoy un 2o N. Voy a contar una historia increíble, pero cierta. Me sucedió ayer, y creí estar presenciando una auténtica teofanía de la diosa Dike.

Había salido a pasear el calendario en la mañana tranquila de un sábado nublado por la reflexión. Uno siempre se procura algún encargo para dar sentido al paseo que, de otro modo le acercaría demasiado a la ociosidad de los peripatéticos jubilados. Así que entré a comprar pañales en Carrefour Express. Estaba a tope, pero confieso que sentía cierto perverso placer contemplando el estrés ajeno. Cogí mi paquete de pañales, y me situé aleatoriamente en una de las apretadas colas. Digo que aleatoriamente, porque siempre que me detengo a seleccionar la que promete ser más rápida, me encuentro atrapado en la cola donde todo tipo de errores y demoras eternizan los turnos. Jugaba con ventaja, pues no tenía prisa. Delante de mí, dos mujeres con sendos carros rebosantes, que mantenían baja la mirada, para hacer como que no me veían tan ligero de equipaje. Yo no tenía ninguna intención de pedirles el favor de que me dejasen pasar con mis pañales. En esto que, en la cola de al lado, llegó una viejecita con un paquete de toallitas en la mano y, como era previsible, fue camelándose al personal hasta llegar a una mujer con el carro lleno que se disponía a ejercer su turno de caja. La anciana iba a decir "¿Me deja... ?", cuando la mujer del carro le interrumpió. "¡Todos tenemos prisa! Yo he dejado el coche mal aparcado", dijo mirando para las puertas de salida. Y es que, en efecto, había dejado el coche subido en la acera, justo enfrente de la entrada, generando no pocos atascos. La viejecita no cejaba en su empeño, y cambió su estrategia hacia nuestra cola. Le tocaba ya a la mujer que estaba delante de mí. Cuando la anciana iba a dirigirse a ella, aquella mujer que, por mala conciencia, me había ignorado hasta ahora, tuvo la osadía de utilizarme como argumento disuasorio: "¿No ve usted que este señor también está en lo mismo?" Ante lo cual no tuve más remedio que intervenir: "Pero a mí me es igual". El caso es que la cajera ya había comenzado a pasar los productos del carro, con lo cual la viejecita se resignó a asumir la espera de su turno con su paquete de toallitas. En esto que la cajera, que, como he dicho, ya había comenzado con el carro que me precedía, se dirigió a mí: "¿Sabe usted el precio de los pañales?" "Ni idea", contesté yo. "¿Va a pagar en metálico?", me preguntó. Y le respondí que sí. Sorprendentemente, le dijo a mi predecesora en el turno: "Espere un momento" Y se fue dos cajas más a la derecha para consultar una lista. Al momento volvió y me dijo: "Son 10,70", invitándome a sortear el carro y acercarme a la caja. Por suerte, tenía suelto. "Gracias", le dije, atónito sobre todo porque ¡¡nadie dijo nada!! 


Salía yo imbuido de espíritu prenavideño, y me disponía a cruzar la calle, cuando alguien dijo "¡Cuidado!". Y es que el semáforo aún no estaba en rojo, y un coche pasó rozándome, algo más deprisa de lo debido. Enseguida oímos ¡¡¡crash!!! "Se ha cargado el espejo", dijo un peatón mientras cruzábamos. "Es que estaba mal aparcado", dijo otro. No me pude contener, y con cierto regusto justiciero, añadí: "Estaba llenando el carro en Carrefour". Sentí cómo se me dibujaba un sonrisa de Clint Eastwood: ese espejo roto, lo confieso, me había alegrado el día.

1 comentario:

klimtbalan dijo...

Muy bueno!! Has arrancado mi primera carcajada del día! Agradecimientos mil.

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