Me dicen dos sufridos lectores que mi última entrada sobre Benito Espinosa les ha dejado K.O. Confieso que un servidor también se ha quedado fuera de juego con tamaños arrobamientos. Y es que tiempo ha que abrazo la idea de abrir una nueva bitácora para tan densos menesteres, y reservar este espacio para el catálogo de anomalías, que las sigue habiendo, y muchas.
Como muestra, un botón. Leo que “España es el cuarto país de la UE con mayor penetración del Internet móvil de alta velocidad, solo superado por Suecia, Finlandia y Dinamarca.” Y que “a pesar de este incremento, España se mantiene como el cuarto país más caro de la UE, solo superado por Malta, Países Bajos y Bélgica.” Sobran comentarios.
Pensé titular esta entrada la burbuja moviliaria, pero no quise alimentar esa tendencia que escuché el otro día: que hablamos más de los móviles que por los móviles. Además enseguida me di cuenta de que no es ni mucho menos el único caso de inflación en este país y en este tiempo loco de excesos.
Véase si no la que podríamos llamar burbuja literaria. Y no me refiero a la desproporción enorme entre los libros publicados en este país con respecto a los lectores reales, sino a una nueva práctica inflacionaria que los nuevos soportes y dispositivos han traído consigo. “Me he descargado 300 e-books gratuitos”. “Eso no es nada: yo tengo en el Kindle más de 5.000”. Y así camina el personal como si nada con la biblioteca de Alejandría en el bolsillo. Podría esperarse que con esos abultados fondos bibliográficos las competencias literarias de la media hubiesen aumentado de modo exponencial. Pero no hay más que contemplar la pobreza semántica y el deterioro sintáctico y ortográfico de los tweets y demás bulliciosa mensajería… No digo yo que haya que escribir cartas para la posteridad, como San Pablo o como Pedro Abelardo, pero uno añora un cierto mimo por el lenguaje epistolar…
Claro que apenas tiene tiempo el personal para balbucear escuetos tweets, si tiene que atender a un millón de amigos con la creciente lista de gilipolleces que vomitan diariamente en la ubérrima red social. Se trata del que podríamos llamar friendly bubble syndrome o síndrome de Roberto Carlos. Adjunto un vídeo del cantante, para los que no estén en edad de conocer a semejante baluarte de la megaamistad y profeta de la que nos está cayendo con las redes:
Por mi parte, a riesgo de parecer un friki o un dinosaurio, sigo pensando que los amigos, como los enemigos y los libros, mejor de uno en uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario