Que se avecina una nueva ley educativa no se le escapa a nadie que haya escuchado a la presidente (que no presidenta) Aguirre cuando, la muy zorra (entiéndase: astuta), dejaba caer al comenzar este curso que "si la educación es obligatoria y gratuita en una fase, a lo mejor no tiene que ser gratuita y obligatoria en todas las demás fases". Como confirmación del cambio que se augura, en el programa electoral del PP pueden leerse las medidas 1 y 12, que, siendo una clara muestra de la voluntad de cambios legislativos, son tan ambiguas en sus propuestas que desde luego son dignas de un gallego como Don Mariano. Escuchemos lo que dicen:
01. Mejoraremos la educación obligatoria y gratuita hasta los 16 años, reformando su estructura para reducir el abandono educativo temprano y elevar la formación de los alumnos. La educación secundaria tendrá una organización más flexible, que ofrezca vías formativas de acuerdo con los intereses, motivaciones y progresos de los alumnos. El bachillerato constará de 3 cursos, el primero de los cuales tendrá carácter de curso de iniciación.
Si ahora la educación obligatoria y gratuita ya llega hasta los 16 años, ¿es que el PP pretende que el bachillerato llegue hasta los 19? ¿O será más bien que pretenden restarle un año a la enseñanza gratuita obligatoria -como sugería Aguirre- para sumárselo a los tres años de un bachillerato no gratuito ni obligatorio?
12. Elevaremos la formación cívica de los alumnos, sustituyendo la asignatura educación para la ciudadanía por otra cuyo contenido esté basado en el aprendizaje de los valores constitucionales y en el conocimiento de las instituciones españolas y europeas.
¿"Elevaremos"? ¿Adónde pretenden elevarnos? A lo peor están pensando en aquel rancio "¡Arriba España!" ¿Qué sutil diferencia habrán sido capaces de encontrar entre "formación cívica" y "educación para la ciudadanía"? ¿Saben los muy cívicos y poco ciudadanos ideólogos del PP que "los valores constitucionales" y "el conocimiento de las instituciones europeas" ya forman parte del currículo de esa asignatura que pretenden cambiar por otra sinónima?
Como puede verse, lo importante es el cambio, no lo que haya que cambiar...
Tal es la triste y agitada historia de nuestro sistema educativo. Primero como alumno y luego como profesor, hasta ahora llevo sufridas 10 leyes educativas:
Obsérvese que falta la primera, la que duró hasta 1970: la llamada Ley Moyano. Y obsérvese también una sutil diferencia entre esta ley de 1857 y las otras 9 que figuran en el cuadro: que, mal que bien, y a pesar de ser una ley a la que podrían ponerse muchas objeciones, estuvo en vigor ¡113 años!...Sí, sí, como suena: más de un siglo. Pero desde que la llamada Ley Villar Palasí (LGE) abrió el melón del cambio en 1970, habemus legem más o menos cada lustro.
Ya puestos, podrían ofrecerle al equipo de Bill Gates que redacte la próxima ley: premeditadamente defectuosa, como Windows, para vernos obligados a actualizarla regularmente y sin descanso. O al de HP (por cierto, ¡qué siglas más apropiadas para el calificativo que tengo en mente!)
Creíamos que la obsolescencia programada sólo afectaba a los productos de consumo, como los electrodomésticos, el software de código cerrado o privativo...Pero ahora descubrimos con resignación que, en este país, también se aplica a las leyes educativas...
Mi admirado Zygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de Comunicación en 2010, acuñó el término Modernidad líquida para hacernos notar que la era de la modernidad sólida ha llegado a su fin. ¿Por qué sólida? Porque los sólidos, a diferencia de los líquidos, conservan su forma y persisten en el tiempo: duran. En cambio los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Por eso la metáfora de la liquidez es la adecuada para aprehender la naturaleza de la fase actual de la modernidad.
Tal vez por eso, en este país, los ministros de Educación lo primero que hacen al llegar al ministerio es una liquidación legislativa...
Como puede verse, lo importante es el cambio, no lo que haya que cambiar...
Tal es la triste y agitada historia de nuestro sistema educativo. Primero como alumno y luego como profesor, hasta ahora llevo sufridas 10 leyes educativas:
Obsérvese que falta la primera, la que duró hasta 1970: la llamada Ley Moyano. Y obsérvese también una sutil diferencia entre esta ley de 1857 y las otras 9 que figuran en el cuadro: que, mal que bien, y a pesar de ser una ley a la que podrían ponerse muchas objeciones, estuvo en vigor ¡113 años!...Sí, sí, como suena: más de un siglo. Pero desde que la llamada Ley Villar Palasí (LGE) abrió el melón del cambio en 1970, habemus legem más o menos cada lustro.
Ya puestos, podrían ofrecerle al equipo de Bill Gates que redacte la próxima ley: premeditadamente defectuosa, como Windows, para vernos obligados a actualizarla regularmente y sin descanso. O al de HP (por cierto, ¡qué siglas más apropiadas para el calificativo que tengo en mente!)
Creíamos que la obsolescencia programada sólo afectaba a los productos de consumo, como los electrodomésticos, el software de código cerrado o privativo...Pero ahora descubrimos con resignación que, en este país, también se aplica a las leyes educativas...
Mi admirado Zygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de Comunicación en 2010, acuñó el término Modernidad líquida para hacernos notar que la era de la modernidad sólida ha llegado a su fin. ¿Por qué sólida? Porque los sólidos, a diferencia de los líquidos, conservan su forma y persisten en el tiempo: duran. En cambio los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Por eso la metáfora de la liquidez es la adecuada para aprehender la naturaleza de la fase actual de la modernidad.
Tal vez por eso, en este país, los ministros de Educación lo primero que hacen al llegar al ministerio es una liquidación legislativa...
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