Mucho antes del iPhone y de toda esa embriagadora sidra telefónica que va saliendo de la manzana de Steve Jobs, el genial Forges ya nos anunciaba el advenimiento de un nuevo homínido, el hijo de la era móvil: el Homo Tontolculus.
Y lo anunciaba incluso antes de saber que, desde 2006, en España hay más móviles que habitantes. En 2012, para algunos no hay vida más allá del móvil…
Ya era todo un presagio que, en ese rito de paso que a duras penas sigue siendo la primera comunión, el momento estelar, que supera con mucho en importancia a la eucaristía, haya pasado a ser la entrega del primer móvil al muchacho o muchacha que, desde entonces ingresa en la cofradía del tontolculus. A partir de ese momento irá alternando compulsivamente entre dos rituales onanistas, a saber: caminar con la mirada perdida, la mano cabe la oreja, y moviendo los labios en una impúdica conversación a solas… o sumergirse cabizbajo, con mueca de emoticon, y la mirada ausente y atrapada en los límites no traspasables de una pantalla que le muestra un multiverso en el que, en vez de cuerpos y seres, hay fantásticas aplicaciones.
El aggiornamento que trajo consigo el Concilio Vaticano II, si bien no ha acabado de cuajar en los contenidos ideológicos –donde incluso podemos hablar de una retrocessione-, sí que ha ido produciendo pintorescos sincretismos en las formas litúrgicas.
Cuando mi hijo identificó el papamóvil con una pecera, confieso que tuve una epifanía mística. De repente, con ese ritmo analógico con el que resuenan los símbolos, fui enhebrando como abalorios de un collar los siguientes hechos: que Jesús eligió a pescadores como discípulos para hacerles pescadores de hombres; que, antes que la cruz, el pez –ΙΧΘΥΣ en griego- era el símbolo-acróstico de Jesús –Ιησους Χριστος Θεου Υιος Σωτηρ, Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador-; que los bautizos se hacían en piscinas, que entonces no eran lugares para que nadase la gente con gorro y bañador sino para los peces –piscis en latín-; que Jung afirmaba, que, por el fenómeno de la precesión de los equinoccios, el nacimiento de Jesús marcaba el comienzo de la era astrológica de Piscis… Y ahora, una pecera para el Papa. Demasiado para mis delirios paranoicos…
Pero el pasado domingo de Pascua me aguardaba un misterio más inefable. Estaba yo en mi tierra, en Ponferrada, adonde había llevado a mis hijos para que contemplasen la procesión que a mí, de pequeño, más me impactaba. Se trata del momento en que aparece el Cristo sacramentado en presencia de la Virgen, y el sacerdote, hasta entonces bajo palio, le quita a ésta el velo de luto. Entonces, al unísono, empieza a tocar la banda, repican todas las campanas de la ciudad y se tiran unas cuantas bombas. Lo recordaba como un instante atronador. Sin embargo… ¡cómo habían cambiado las cosas! Para empezar, los hechos ya no suceden en la plaza de la Encina, junto a la basílica, sino en la del ayuntamiento, con lo cual las campanas suenan… pero de lejos. Además, para mi decepción, los recortes de este año se han cargado hasta los cohetes y las bombas. Pero lo más impactante fue la visión que tuve instantes antes de la retirada del velo. Ante los ojos atónitos de los presentes, el sacerdote, bajo palio, empezó a manipular un móvil. “Lo irá a apagar”, pensé. “¡Qué falta de previsión…!”. Pero, para mi asombro, acto seguido, en vez de guardarse el móvil, se lo llevó a la oreja, ¡y empezó a mover los labios! ¡Estaba hablando por el móvil instantes antes de quitarle el manto a la Virgen…!
Las circunstancias se aliaron de tal modo que tuve ocasión de ver al sacerdote antes de irme. Con las maletas ya hechas, me notificaron la muerte de un tío –por cierto, que otro día relataré el baile de buitres que acechaban en torno a su cadáver-. Así que, en el tanatorio, el sacerdote en cuestión, amigo de la familia, acudió a echar un responso. “Esta es la mía”, me dije. Mientras me estaba dando el pésame, me acerqué a su oreja -la oreja del delito-, y le dije que tenía que hablar con él a solas. “Ahora mismo”, me dijo. “Que sepas que te vi, es más, te vio todo dios”. “¿Me viste qué?”, respondió extrañado. “¡¡Hablar por el móvil bajo palio!!”, le dije. “¡A ver cómo te crees que iba a avisar al sacristán para que tocase las campanas…!”, me espetó. Y así descubrí atónito que lo del móvil entraba dentro del protocolo. Ritual que, no sé si lo he dicho, incluía un Salve Regina en latín que sólo pudo seguir el sacerdote, pues ni dios se la sabía...
Estaba yo aún perplejo por el admirable sincretismo de este cura, cuando, buscando una imagen de móviles para ilustrar este post, me encuentro con la estatua de un ángel en una catedral holandesa ¡que está hablando por el móvil! Y en este caso, no creo que sea con el sacristán… Confirmado pues: para aquellos descreídos que preguntan dónde está Dios, que permite tanta injusticia y tanto recorte, hay una respuesta alternativa al Dios ha muerto de Nietzsche: está ensimismado con el iPhone que le ha pasado Steve Jobs a cambio de que le perdone su codicia y el habernos ofrecido, cual satánica serpiente, una manzana que, además de mordida, estaba envenenada…
Y lo anunciaba incluso antes de saber que, desde 2006, en España hay más móviles que habitantes. En 2012, para algunos no hay vida más allá del móvil…
Ya era todo un presagio que, en ese rito de paso que a duras penas sigue siendo la primera comunión, el momento estelar, que supera con mucho en importancia a la eucaristía, haya pasado a ser la entrega del primer móvil al muchacho o muchacha que, desde entonces ingresa en la cofradía del tontolculus. A partir de ese momento irá alternando compulsivamente entre dos rituales onanistas, a saber: caminar con la mirada perdida, la mano cabe la oreja, y moviendo los labios en una impúdica conversación a solas… o sumergirse cabizbajo, con mueca de emoticon, y la mirada ausente y atrapada en los límites no traspasables de una pantalla que le muestra un multiverso en el que, en vez de cuerpos y seres, hay fantásticas aplicaciones.
El aggiornamento que trajo consigo el Concilio Vaticano II, si bien no ha acabado de cuajar en los contenidos ideológicos –donde incluso podemos hablar de una retrocessione-, sí que ha ido produciendo pintorescos sincretismos en las formas litúrgicas.
Cuando mi hijo identificó el papamóvil con una pecera, confieso que tuve una epifanía mística. De repente, con ese ritmo analógico con el que resuenan los símbolos, fui enhebrando como abalorios de un collar los siguientes hechos: que Jesús eligió a pescadores como discípulos para hacerles pescadores de hombres; que, antes que la cruz, el pez –ΙΧΘΥΣ en griego- era el símbolo-acróstico de Jesús –Ιησους Χριστος Θεου Υιος Σωτηρ, Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador-; que los bautizos se hacían en piscinas, que entonces no eran lugares para que nadase la gente con gorro y bañador sino para los peces –piscis en latín-; que Jung afirmaba, que, por el fenómeno de la precesión de los equinoccios, el nacimiento de Jesús marcaba el comienzo de la era astrológica de Piscis… Y ahora, una pecera para el Papa. Demasiado para mis delirios paranoicos…
Pero el pasado domingo de Pascua me aguardaba un misterio más inefable. Estaba yo en mi tierra, en Ponferrada, adonde había llevado a mis hijos para que contemplasen la procesión que a mí, de pequeño, más me impactaba. Se trata del momento en que aparece el Cristo sacramentado en presencia de la Virgen, y el sacerdote, hasta entonces bajo palio, le quita a ésta el velo de luto. Entonces, al unísono, empieza a tocar la banda, repican todas las campanas de la ciudad y se tiran unas cuantas bombas. Lo recordaba como un instante atronador. Sin embargo… ¡cómo habían cambiado las cosas! Para empezar, los hechos ya no suceden en la plaza de la Encina, junto a la basílica, sino en la del ayuntamiento, con lo cual las campanas suenan… pero de lejos. Además, para mi decepción, los recortes de este año se han cargado hasta los cohetes y las bombas. Pero lo más impactante fue la visión que tuve instantes antes de la retirada del velo. Ante los ojos atónitos de los presentes, el sacerdote, bajo palio, empezó a manipular un móvil. “Lo irá a apagar”, pensé. “¡Qué falta de previsión…!”. Pero, para mi asombro, acto seguido, en vez de guardarse el móvil, se lo llevó a la oreja, ¡y empezó a mover los labios! ¡Estaba hablando por el móvil instantes antes de quitarle el manto a la Virgen…!
Las circunstancias se aliaron de tal modo que tuve ocasión de ver al sacerdote antes de irme. Con las maletas ya hechas, me notificaron la muerte de un tío –por cierto, que otro día relataré el baile de buitres que acechaban en torno a su cadáver-. Así que, en el tanatorio, el sacerdote en cuestión, amigo de la familia, acudió a echar un responso. “Esta es la mía”, me dije. Mientras me estaba dando el pésame, me acerqué a su oreja -la oreja del delito-, y le dije que tenía que hablar con él a solas. “Ahora mismo”, me dijo. “Que sepas que te vi, es más, te vio todo dios”. “¿Me viste qué?”, respondió extrañado. “¡¡Hablar por el móvil bajo palio!!”, le dije. “¡A ver cómo te crees que iba a avisar al sacristán para que tocase las campanas…!”, me espetó. Y así descubrí atónito que lo del móvil entraba dentro del protocolo. Ritual que, no sé si lo he dicho, incluía un Salve Regina en latín que sólo pudo seguir el sacerdote, pues ni dios se la sabía...
Estaba yo aún perplejo por el admirable sincretismo de este cura, cuando, buscando una imagen de móviles para ilustrar este post, me encuentro con la estatua de un ángel en una catedral holandesa ¡que está hablando por el móvil! Y en este caso, no creo que sea con el sacristán… Confirmado pues: para aquellos descreídos que preguntan dónde está Dios, que permite tanta injusticia y tanto recorte, hay una respuesta alternativa al Dios ha muerto de Nietzsche: está ensimismado con el iPhone que le ha pasado Steve Jobs a cambio de que le perdone su codicia y el habernos ofrecido, cual satánica serpiente, una manzana que, además de mordida, estaba envenenada…
1 comentario:
Si el señor párroco que mencionas hubiera tenido a su lado de ayudante a una imponente y bella señorita como por ejemplo hacen los magos en sus actuaciones en el escenario seguro que no le habrías descubierto el truco.
Los regalitos en la primera comunión van como casi todo, influídos por los tiempos y las modas: que si un reloj, que si una bicicleta, que si el móvil, que si un rifle de caza,... Por lo menos el móvil les será muy útil de mayores cuando tengan que sellar la tarjeta del paro. Porque los que van por la calle como hablando solos son parados que están tratando de sellar su demanda de empleo por teléfono. Por lo menos en mi pueblo, que hasta a los parados les exigen un móvil para hacerlo. Si se les ocurre ir personalmente para este menester a la oficina de empleo les puede caer una charleta cojonuda: que si no se han enterado de que por teléfono pueden sellar, que incluso por internet pueden además hacer otras variadas tareas, incluso buscar trabajo (otra cosa es encontrarlo),que si a la oficina del paro se puede ir, que pasar no pasa ná, pero que ir pa ná es tontería, etc.
Así que la gente hoy día tiene que disponer de móvil aunque no tenga para comer.
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