En el principio era el Word,
y el Word estaba junto a Dios,
y el Word era Dios.
y el Word estaba junto a Dios,
y el Word era Dios.
Ni que decir tiene que Dios era Windows, esa mágica ventana que nos asomaba a un mundo virtual que prometía, como todo nuevo invento, hacernos el trabajo más fácil, hacernos ganar tiempo…
Después vinieron las glosas emilianenses, los e-mails, que, junto a una nueva y abstemia forma de chateo, agilizarían nuestras comunicaciones…
Por fin llegaron las redes, para sentirnos enredados globalmente…
Y ahora tenemos el guasap, para poder soltar de manera casi instantánea todo lo que se nos pasa por la cabeza, el corazón o las tripas…
Lo más paradójico es que ese tiempo prometido por la tecnología, no es otro que todo ese tiempo, mucho tiempo, empleado cada vez más en todas estas labores de secretariado. Y hete aquí que, rodeados por un alarmante desempleo, caminamos empleados, pluriempleados en esas múltiples labores de autosecretarios.
Pero la paradoja no termina aquí. Si secretario, etimológicamente, es el que guarda los secretos, este nuevo secretariado voluntario al que nos hemos apuntado consiste precisamente en lo contrario: tenemos un asombroso abanico de medios tecnológicos al servicio de la publicación de los más nimios secretos de nuestras irrelevantes vidas. Ya hace tiempo que los antropólogos vienen anunciando el fin de nuestra intimidad. Hemos pasado de la labor callada y bajo llave del diario personal, a la diaria y megafónica publicación de nuestras miserias. Secretarios sin secretos.
Después vinieron las glosas emilianenses, los e-mails, que, junto a una nueva y abstemia forma de chateo, agilizarían nuestras comunicaciones…
Por fin llegaron las redes, para sentirnos enredados globalmente…
Y ahora tenemos el guasap, para poder soltar de manera casi instantánea todo lo que se nos pasa por la cabeza, el corazón o las tripas…
Lo más paradójico es que ese tiempo prometido por la tecnología, no es otro que todo ese tiempo, mucho tiempo, empleado cada vez más en todas estas labores de secretariado. Y hete aquí que, rodeados por un alarmante desempleo, caminamos empleados, pluriempleados en esas múltiples labores de autosecretarios.
Pero la paradoja no termina aquí. Si secretario, etimológicamente, es el que guarda los secretos, este nuevo secretariado voluntario al que nos hemos apuntado consiste precisamente en lo contrario: tenemos un asombroso abanico de medios tecnológicos al servicio de la publicación de los más nimios secretos de nuestras irrelevantes vidas. Ya hace tiempo que los antropólogos vienen anunciando el fin de nuestra intimidad. Hemos pasado de la labor callada y bajo llave del diario personal, a la diaria y megafónica publicación de nuestras miserias. Secretarios sin secretos.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo, tendremos que acostumbrarnos a la pérdida de privacidad. Pero teniendo en cuenta que muchas empresas tiran de las redes sociales para tener un perfil previo de quien contratan, deberíamos tener más cuidado con lo que colgamos el internet.
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